jueves, 28 de agosto de 2014

A GRANDES PASOS




La Manga-Madrid. Continental S.A. Son las 2 menos cuarto de un día de junio y el autobús de esos que llevan un aseo con inodoro. Pero da lo mismo, es igual de incomodo que los que no lo llevan. Mi compañero de viaje y yo nos esforzamos por no molestarnos mutuamente y nuestros cuerpos se inclinan muy sutilmente para el lado contrario. Me ha tocado ventanilla. Si tuviera que describir el color del viaje diría "marrón y amarillo crema", los colores del helado más aburrido del verano. 

Aunque se me está haciendo largo me ha gustado sortear las calles del centro de Murcia y pararme en la estación para estirar las piernas. Me ha recordado a mis viajes de hace veinte años cuando todo lo que me esperaba en el destino me parecía mucho más grande y emocionante que ahora.

Las baldosas son de terrazo, las ventanillas de acero inoxidable ochentero y las paredes de cualquier color, es de esas estaciones que no importa si están recién pintadas o no, son algo lúgubres  y de luz eléctrica apagada. La megafonía me hace pensar que estoy en una sala electrificada con resonancias de allá por los 60. Me encanta respirarlo, saborearlo y revivir la escena. Una joven esperando el autobús de salida para cualquier rumbo. Pero resulta que ya no soy tan joven. El pórtico gris me recuerda a las despedidas con mi exnovio, llenas de buen amor. Me compro una botella de agua en una máquina dispensadora de bebidas y snacks. Es lo más moderno de la estación, eso y todos los que estamos allí, que somos del año en curso. Seguimos el trayecto.
 
Se me va el pensamiento mirando el paisaje. Si me fijo en el cristal todo pasa entreverado, a jirones y si pongo los ojos en lo que hay fuera los postes y las farolas de la autopista cortan la visión como los márgenes de una cinta de cine.  Elijo lo segundo, como todos. Hace un calor insoportable ahí afuera y miro el reloj más de lo que quisiera porque el asiento empieza a incomodarme.
 
Contemplo los campos con cariño, la cuneta como mía y la barrera de seguridad como más mía todavía. Vivir fuera y no poder regresar a tu país te hace querer de él todo, hasta los remaches feos que estropean el paisaje.

Comienzan los campos de cereal, de trigo color oro ya cortado. El amarillo es intenso y resalta en un cielo azulísimo y caluroso. Mi tierra de fuego en junio, cuarenta y dos grados. Aire seco e inflado que te arropa  y a todos asusta. Bajo ese calor de siesta obligada y botijo fresquito y a la sombra, me paseo yo tan a gusto dejando que me envuelva. No me afecta lo más mínimo. Nos queremos ambos. Mi fuego seco. Llevo diez años chorreando en el calor húmedo y sofocante de Jamaica, espantando mosquitos. Doblándome y moviéndome lentamente en un desajuste constante de mi cuerpo con ese clima. Pero oyendo mis tacones en el silencio de las tres de la tarde de esa calle solitaria de cualquier pueblo español soy feliz. Escuchando las campanadas de la iglesia y sintiendo el fuego del verano con el que he crecido y me he hecho y que ya no puedo sentir tanto como quisiera.

En los campos que veo de trigo cortado hay al fondo árboles verde aceituna, chapaditos, redonditos. Cuando vengo de Jamaica se ven desde el avión como lunares, tela de lunares, campos de lunares.
 
Me fijo en los que van pasando. Veo más adelante otro campo de paja, pegado a la carretera, hay un árbol dentro, igual que los del fondo, pero a éste le veré más cerca cuando lo rebase. Antes de alcanzarlo comienza a moverse. Me conmuevo. Me incorporo para contemplarlo. Ha comenzado a correr. Le salen zancadas grandes, potentes. Se mueve como si lo hiciera bajo el agua pero con tanta fuerza que no lo aminora. Cada vez corre más, echando sus ramas al viento. Inclinado corre por todo el campo de trigo cortado. Al llegar a la linde vuelve a emprender la carrera en otra dirección dentro de su tierra. Son zancadas firmes, pasos de pura energía. Me retumban por un segundo traspasando la luna del cristal y mis ojos se vuelven para no perder de vista la escena…el árbol corriendo libre y poderoso por su campo de trigo cortado. Nada me ha dejado hasta ese momento una sensación de libertad mayor. Una imagen que incorporo a mi ruta de vida. Dos segundos que se alargan como horas y que mi recuerdo impondrá sobre mi rutina diaria.


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Cañas cortadas

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