jueves, 28 de agosto de 2014

BRIOS



En casi todos los castillos que he visitado he visto que existen unas galerías subterráneas  en la parte exterior de sus muros. Estas galerías te  comunican  bien con otras dependencias, muchas veces convertidas en aseos para los visitantes, un jardín situado a otro nivel del suelo, un pequeño cementerio  cerca de una iglesia anexa, una alberca o una salida a otra orientación. En ocasiones no te llevan a ningún sitio, bajas los escalones, entras en un pequeño túnel con recovecos y acabas subiendo otras escaleras para acabar de nuevo arriba sin que hayas visto nada.

El pueblo en el que estoy  está casi por completo socavado por galerías subterráneas. Son pasadizos de granito abovedados, muy antiguos. Tienen salidas y  entradas a muchas calles del pueblo y son muy utilizados por los lugareños como atajos o simplemente como si fueran una extensión más de sus calles. Cuando llegué aquí y vi como los vecinos entraban por diferentes sitios de la plaza como si entraran en la boca del metro me sorprendí muchísimo, y cuando descubrí la red de pasadizos mi primera imagen fue precisamente la de las galerías de los castillos, quizás por el desgastado granito.

La gente camina por ellos con la mayor naturalidad. No se trata de ese túnel consabido en muchas zonas de España que te lleva de la calle tal a la playa, o de la calle cual a la colonia militar o de esta otra calle a esta otra zona del pueblo. No. Estos agujeros, galerías graníticas,  son para este pueblo como las raíces  de un árbol. Surcan soterradamente las casas, las calles, y se extienden laberínticamente por buena parte de la villa. La gente de aquí ha nacido y crecido sobre ellos y se los conocen como la palma de su mano. No es mi caso. Puedo seguir las flechas indicadoras que te señalan la salida más próxima y a dónde sales. Pero no son suficientes, hay muy pocas, y es que ellos no las necesitan. Por la noche están poco iluminados, hay bastante humedad y  algunas de las pocas luces que hay se funden o dejan de funcionar. Las cambian, pero no sirve de mucho.

Hacía pocos días que había llegado a cubrir una suplencia como profesora. Y llegué no sin nerviosismo y preocupación. Dos meses antes supe de la desaparición de una joven en Bríos, que es así como se llama el pueblo. Fue un crimen brutal, cometido en las galerías. Pero esto lo supieron más tarde, porque encontraron  el cuerpo en las afueras. Supongo que por esto no dijeron nada en los medios  sobre los túneles, que quedan bastante distantes del lugar en que la encontraron. Así que cuando descubrí este mundo subterráneo el pueblo se me llenó aún más si cabe de misterio y de inquietud. Caminar bajo la tierra, sola en muchos tramos, me hacía acelerar el paso. Podía escuchar  el sonido de otras pisadas en la galería de al lado, pasos en eco, que se acercaban y se hacían más presentes y que me llevaban a coger la siguiente salida por el temor de que el asesino pudiera ser su dueño.

 Es difícil caminar por ellos sin perderse, y más para mí que apenas tengo sentido de la orientación. Por el día en las galerías se puede ver la luz del sol. La que entra por los huecos de las escaleras y por las rejas de hierro recio  que en el techo de las bóvedas dejan ver el cielo. El alumbrado eléctrico es permanente, sin embargo, porque aunque la luz natural entra con libertad en ciertos tramos, en muchos otros es necesaria.

La chica que murió era de aquí. Muy joven. La mataron a golpes y puñaladas. Los vecinos estaban muy afectados por lo sucedido, pero la opinión general era que el asesino era un extraño, alguien que pasó por allí. Todos se conocían, nadie sospechaba de nadie. Eso me tranquilizaba.

La plaza también es de granito, por completo. La rodean el conjunto de las casas del pueblo. Las más antiguas son blancas. Todas blancas, con un pequeño patio. También hay residenciales, pero lejos. Las casas blancas terminan con la del médico. Más allá de ésta hay un camino que lleva a la era y al cementerio y al otro lado de la carretera están las tierras de cultivo. Cuando llegué estaban amarillas y ya sin grano.

Yo que vivía en la ciudad, estaba ya poco acostumbrada a ver tierra inútil, sin aprovechar. Como aquí. Descampados grandes o pequeños, llenos de maleza pelada, hierbajos, y siempre con algún tipo de chatarra y cristales viejos de botellas o restos de ladrillo rojo. El sitio ideal para juegos de niños. Cuando era pequeña jugaba en ellos con frecuencia, en el pueblo de mi madre. Podías ir al parque, al campo, a jugar a la calle. Estas tierras de nadie eran ideales para invadirlas e inventarte lo que quisieras, porque en ese momento eran tuyas y de tus amigos y estábamos solos. En Bríos hay una zona amurallada y detrás de la muralla hay uno de estos descampados, no es el único. Es muy pequeño, pero es el que más temo de todos. Los descampados de aquí no me traen los recuerdos de aquellos míos. No los veo como antes, tierras de nadie, piratas, llenas de sorpresas, sino que, muy al contrario, me angustian. Son como una tarde de domingo en un día gris. Aburridos, yermos. Jamás he visto un niño en alguno. Este de la muralla tiene una pequeña charca, los trozos de hierba raída estaban helados por el frío y el agua de la charca tenía al menos dos dedos de hielo, pero no vi ningún niño acercarse. Ya un charco helado es divertido, cuanto más una charca entera. Pero nada. Me acerqué y lo rompí yo. Con una piedra grande. Y luego con un palo separé el hielo y comprobé su altura. Lo descubrí por  casualidad. Pensaba salir a otro sitio, pero me equivoqué en algún pasadizo y aparecí en él. Me ocurría bastante con el laberinto de piedra.

Mientras miraba el hielo roto me di cuenta de que  era una zona poco visitada. Como si fuera la espalda de algo que sólo se ve de frente, un lugar apartado, el recoveco del camino que nadie mira. No me gustan estos sitios. Se veía la muralla, con la entrada al laberinto, el descampado a la derecha y enfrente una caja de ahorros. A la izquierda el conjunto de casas bajas que cerraban el pueblo por ese franco. Me quedé un rato mirando y el viento frío me cortaba la cara.  Cuando decidí volver al laberinto para seguir mi camino oí dentro sus pasos.  En mi caso todo ocurrió fuera.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cañas cortadas

Cañas cortadas