jueves, 28 de agosto de 2014

EL CIERVO




Un pequeño ciervo se acerca a  susurrarme algo. Acerco el oído más y más para poder escuchar lo que dice pero me doy cuenta que está lejos,  en otro oído, uno que tengo en un costado.

El ciervo sigue hablándome y luego sube sobre mi tripa, que es ahora un claro de nieve blanquísima en un bosque nevado. El joven ciervo corretea y juega mientras nieva sobre él y contempla los árboles del bosque. Piensa en su joven compañera, que ya no está. Ya no hay ningún ciervo en ese bosque. Él es el único que queda.

Corre hacia una montaña por la que sube por una pequeña ladera. Con el corazón dolorido ante su soledad se detiene antes de llegar a la cima y se tumba en la ladera blanca de la montaña nevada contemplando la aparición del gigantesco y anaranjado sol en el horizonte. Sus ojos lloran por una honda pena y a la vez con una profundísima felicidad.

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