Mientras
escribo mi diario me llegan por la ventana los cánticos de una mujer muy
anciana, parece un loro viejo y
me pregunto qué estará haciendo allí. Viene de la otra parte del muro
del jardín, debe de ser un familiar de mis vecinos.
Su parcela tiene
dos casas gemelas de principios del siglo pasado. Rusticas,
con pórtico y escaleras en la entrada, un
tejado de madera oscuro y un tono entrañablemente caribeño. Su color rosa
flamenco resalta el verde de las Blue Mountains, presentes día y noche a nuestros ojos. Es bonito verlas bajo los colores vivos de las flores
tropicales de mi jardín bordeando el muro.
Una de las casas está en
ruinas desde Iván. El huracán destrozó el tejado. Dejó aberturas y un revoltijo de tablas rotas. Es como un barco en tierra tras una tempestad. Por dentro parece que
crece la maleza. Una maleza profunda, insondable, al otro lado del muro, al
otro lado de mi ventana.
Algunas
noches oigo que utilizan un aseo, lo que me hace pensar que aún hacen uso de ella. Oigo una ducha y un joven cantando. Oigo pasos y conversaciones apagadas.
Cuando me
asomo por mi ventana, veo a través de las plataneras el tejado roto
y la pintura rosa desvanecida por las paredes. La madera de las ventanas es
vieja y gris y el marco resulta pintoresco, me parece un cuadro de otra época
que respira junto a mí. Me gusta mirarla. Pero solo es bonita esa perspectiva.
Al otro lado cambia bastante. La parcela está completamente
cubierta de mala hierba y enredadera que tapa en algunas zonas los escombros y
la basura. Junto a la tapia hay un coche abandonado, roñoso. Es como un ancla vieja
fuera de lugar. Tanto ha crecido la maleza que parece hacer las veces de una
jardinera destartalada. Una perra ha parido allí, en las
profundidades ocultas de ese automóvil. Los gemidos de sus cachorros parecen venir del
centro de la tierra. Todo es un poco
raro en la parcela de mis vecinos, todo tiene aspecto de abandono y vacío.
A él lo
veo a veces, a menudo sin camisa, en su acera, hace como que arregla la verja o
la puerta del jardín, pero ya sé que no. Lleva años siendo el dueño de la peor
finca de la comunidad y en mi barrio tener el cartel “peor” cuesta
verdadero esfuerzo. El hombre tiene unos sesenta años, es calvo y se niega a poner
puerta a su jardín para empezar por lo más básico. El que sea el presidente de
la comunidad de propietarios es tan irónico que solo en Jamaica resulta
coherente. Todos sus perros parecen sarnosos y reposan sus estropeados cuerpos
en el asfalto de la calle como esperando ser atropellados. Por las noches
ladran sin parar y participan noche sí, noche no en bacanales con peleas
callejeras. Me dan verdadera lástima, no sé cómo alguien puede tener
perros y dejarlos vivir en tan lamentables condiciones.
Apenas
tenemos relación. Un vago saludo de vez en cuando. En uno de
esos frugales saludos Martin le comentó que le gustaría visitar la sinagoga de
Down Town pero que necesitaba una invitación de uno de los fieles. Así que él
nos invitó a asistir a una liturgia.
Cuando entramos lo primero que llamó mi atención fue pisar el suelo. Estaba completamente cubierto de arena de playa. Qué sensación. Los asientos estaban dispuestos en cuadrilátero, de manera que nos mirábamos de frente unos a otros. Estuve bastante atenta a la ceremonia, que se seguía a través de un texto con salmos y cantos en hebreo. No me enteré de mucho, pero mantuve la atención, especialmente cuando desde la balaustrada del segundo piso vi a mi vecino cantar con voz de barítono una preciosa canción. Su voz y la música me transportaron a un espacio mágico, muy confortable y emotivo. Parecía mentira que un hombre con tan poco respeto por las formas mas simples pudiera crear algo tan bello.
Cuando entramos lo primero que llamó mi atención fue pisar el suelo. Estaba completamente cubierto de arena de playa. Qué sensación. Los asientos estaban dispuestos en cuadrilátero, de manera que nos mirábamos de frente unos a otros. Estuve bastante atenta a la ceremonia, que se seguía a través de un texto con salmos y cantos en hebreo. No me enteré de mucho, pero mantuve la atención, especialmente cuando desde la balaustrada del segundo piso vi a mi vecino cantar con voz de barítono una preciosa canción. Su voz y la música me transportaron a un espacio mágico, muy confortable y emotivo. Parecía mentira que un hombre con tan poco respeto por las formas mas simples pudiera crear algo tan bello.
Al poco comprobé
que, efectivamente, este hombre tenía una esposa, como me habían dicho, una
mujer que vivía cada día como yo, en Patrick Avenue, a pocos metros de mí. Era domingo y vi que mi vecina salió de la casa
con zapatos de tacón altísimos y literalmente embutida en un traje de raso
color champán. Una mujer baja y de mirada vacía. Llevaba peluca de cabello de plástico
ensortijado. Sus perros esqueléticos contemplaban sus pasos marcando una imaginaria alfombra roja. Caminaba como un hombre que usara zapatos altos como parte de un disfraz de mujer. La estrella entró en el coche
con su marido y con un sutil movimiento de cabeza me saludó.
Yo tenía
nada más que una referencia de ella. Unos días antes del huracán Dean, Martin fue a
visitarlos para que cortaran las ramas del árbol de aki que entraba en nuestra propiedad,
eran muy grandes y podían rompernos la casa con el viento. Sólo les pidió esto, con buen gesto y educación. La respuesta de esa mujer estuvo fuera de todo lugar. Lo insultó, lo trató con una hostilidad cortante. "Desde el mismo día que comenzaste a vivir en esa casa supe que no eras bueno, que eras maligno, un ser malvado", le dijo a Martin. No me enteré de esto hasta el día en que el
huracán rugía bajo nuestro techo y Martin salio afuera a pasarle a su propiedad
todas las ramas rotas de su aki que caían a nuestro jardín. A la mañana siguiente nuestra casa parecía la selva más espesa.
Pansy con el machete en mano trataba de cortar en pequeños trozos todas las
ramas y los arboles caídos. Martin me lo conto entonces.
Después de
eso todo siguió en silencio, como siempre. A excepción de los ladridos de sus
perros y del sonido de la cisterna alguna noche se diría que nadie vivía allí. Pero una mañana,
sobre las siete, nos despertaron una gritos casi satánicos. Esa mujer repetía la
misma frase con una voz demoniaca. Le decía a otra persona que se fuera de la
casa. Persona que no replicaba en ningún momento. Los gritos continuaron durante
más de una hora. Mi corazón latía golpeando fuerte. Se me hizo un nudo en la
garganta. Esa voz tan desagradable, tan oscura se me metió muy dentro y entendí que la maldad vivía al otro lado de mi
tapia y llevaba el nombre de esa mujer. Aquel día levante mentalmente muros
infinitos en mi casa para aislarme de ella y que su oscuridad no tocara nada de
lo mío.
Martin me
explicó que el matrimonio tenía un hijo. Y que debía ser ese hijo al que ella
trataba de echar. Un hijo, otro ser no se dejaba ver. ¿Quién era? Yo no lo había
visto, ni oído nunca. Hasta un
mes después, cuando los gritos de un hombre joven, quejándose de maltrato,
entraron en las casas de todo el barrio.
Por lo demás
se diría que en la casa no hay nada…..ni nadie. Por la noche todo es
oscuridad, el vecino no quiere contrato con la compañía eléctrica. Todo allí parece abandonado, hasta los
coches que reposaban en el garaje abierto. Sin embargo, muy de vez en cuando hay
otra explosión de gritos e insultos despiadados, antes y después de la calma más
absoluta. Entonces sé que la
mujer y el hijo existen.
Sí, hace un poco estaba escribiendo en mi diario cuando he oído una voz
de mujer mayor cantando desde la casa en ruinas. De nuevo una señal de vida
después de casi un mes de silencio. He
pensado en la visita de un familiar, una abuelita, una anciana. Era una canción tradicional, local. El corazón
me ha dado un vuelco cuando esa canción se ha trasformado poco a poco en dance hall
duro y la voz se ha tornado extremadamente grave, claramente de un hombre y ha
variado otra vez hasta convertirse en
voz de mujer anciana, débil y al rato hacerse
grave y tosca de nuevo. ¡Qué sensación más extraña! En un momento me he
imaginado la historia de Psicosis, la verdad, creo que algo hay de eso al otro
lado de mi tapia.
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