jueves, 28 de agosto de 2014

UN BRINDIS





Kingston, 23 de julio de 2014

Todo lo que me gustaría ahora es vivir en España en una casa llena de luz y llevar un delantal porque me paso el día cocinando tartas, empanadas, pan y comida sana. Cuido mi jardín y mi huerto y leo libros en una hamaca bajo el frescor de la sombra de mis árboles. Escribo. Y en mi cabeza no hay sitio para otra cosa que para lo que yo quiero pensar. Hay un río cerca. Me voy de excursión a recorrer los montes y los valles con mis hijos. Por supuesto también tengo huevos de gallinas felices, pero eso no es algo que esté en mis deseos de futuro, es una realidad  que comenzará este mismo fin de semana, cuando arregle el pequeño corral que hay detrás de la casa y compre dos gallinas ponedoras.
 
La otra noche en mi jardín me tomé una copa. Miré a mi perra Greca, a la que adoro y en vez de darle un poco de mis espaguetis con tomate, mi cena, le mire a los ojos y le dije: no me puedo creer que seas mi mejor amiga y siempre te de tan poco.  Así que compartimos a medias el plato "un tenedor para ti y otro para mí". Y levanté en una de estas mi tenedor al cielo oscuro de la noche cerrada y brindé por nosotras. Y lo que vi fue un ramo  de cintas con salsa roja brillando sobre un fondo exhuberante y explosivo de mango y cocotero.
 
Y me dije: "Estoy cada día, cada noche bajo este mango recio que ha resistido frente a mis ojos  varios huracanes.  Y este cocotero, que he visto crecer desde la altura de mi cintura hasta el tamaño de un piso de seis plantas". Y brindando con pasta por mi perra y por mí me di cuenta de que en parte tengo suerte. Y entonces me entraron ganas de llorar, pero no por el brindis, sino por lo que hay detrás, por lo que no es tan bonito. 

Una gran Carmen, de muchos años, se acercó a mí entonces y me dio un beso. Sentí su abrazo pausado, calmando mi angustia, mi ignorancia de lo que es y será. Como si me dijera “tranqui” y se me llenaron los ojos de lágrimas. Yo de viejecita abrazándome en un regreso al pasado y sí, claro, estoy cada vez más majara, pero no por eso. Sinceramente a veces empiezo a pensar en si las cosas se ponen a la deriva de la cordura.
 
Por otra parte, hace meses que no llueve. Esperábamos lluvia en mayo pero solo en dos ocasiones aparecieron las nubes y nos dejaron algo de agua, de forma tímida. Creíamos que era el principio de la temporada de lluvias pero no fue así. Estamos terminando julio y esas dos tormentas pasajeras de primeros de mayo es lo único que nos ha caído del cielo hasta el momento. Nunca he visto las plantas tan secas. Todas las hojas de los arbustos crepitan si las tocas, las acacias han perdido todas las flores y  su porte es ahora alicaído y polvoriento. Los cactus, enjutos. Todo esmirriado, raquítico, consumido, en su mínima expresión. El césped casi blanco, áspero. Hay brisa cada día pero aunque se agradece arrastra el polvo del suelo y nos cubre a nosotros, a las plantas, a los muebles. 

A veces, si hay un momento de silencio, parece que escucho un reloj esperando la primara gota que nos salve de esta sequía. Dicen que es el verano más caluroso en muchos años y precisamente el único en diez años que paso aquí. Pancy dice que esto nos pasa por no creer en Dios. 

-¿Qué dices?- pienso que no he entendido bien. 
-Que la gente no cree en Dios y cada vez hace más maldades. Esta sequía es un castigo del señor, eso es. 
-No Pancy- contesto-. Dios no tiene que ver con todo esto. 
-Sí, la gente no va a la iglesia  y hace cosas malas, la perversidad. Es un castigo de Dios. 
-No, Pancy. Supongo que le da igual si creemos en él o no. Si es tan todopoderoso no nos necesita  y mucho menos va a perder el tiempo para encargarse de sequías locales con lo que está pasando en otras partes del mundo- le replico no sin sentirme un tanto culpable por hablarle de algo en lo que no creo. 
 
Pancy siempre te da este tipo de explicaciones. A veces la encuentro en la cocina y me dice: 

_Va a haber un terremoto. 
-¿Por qué? 
-Porque la tierra está muy caliente y...porque ha habido muchos crímenes últimamente. 

Ella piensa que Dios hace limpias de "humanidad". Especialmente en Jamaica, donde está la peor calaña del planeta, según ella.

Recuerdo todo esto conduciendo a casa desde el supermercado. Mi hijo León va detrás de mí, en su sillita. Mira fijamente y con desinterés la carretera mientras toma el biberón como si-se-fuera-a-acabar-el-mundo (como todo lo que hace). Y, mientras, yo sigo pensando qué es lo que me ha pasado esta semana para sentirme tan liberada. De repente puedo respirar de nuevo, siento como si me hubieran quitado una armadura de sentimientos difíciles, pesados y asfixiantes que arrastraba durante mucho tiempo, tanto que pensaba que se iba a quedar conmigo. Quizás sea el haber podido leer una novela después de dos años sin abrir un libro. Una puerta que me ha llevado  a un espacio en el que la armadura no cabía.

Y me comparo, pienso, estaba tan seca como todo alrededor y esta novela ha sido como la lluvia que estamos esperando. Y los puntos y las comas y los otros y sus vidas han entrado como un suero y me han reavivado. Escucho una música en la radio que acompaña perfectamente el ritmo del gotero intravenoso y en esos precisos momentos el parabrisas comienza a llenarse de golpes. 

-¡León! ¡Está lloviendo!!! 

Cinco minutos más tarde aparco en casa. Está lloviendo sobre nuestro polvo seco.  Natacha da saltos de alegría en la baranda y yo comienzo a saltar con León en mis brazos, bailando bajo la lluvia.  


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